martes, 21 de julio de 2009

EL SOL Y YO, A SERGIO (II)

Una vez que puse mi mente hecha pedazos en la máquina de exprimir naranjas encontré a Conde-Duque en la noria hecha con pelos de colores, le acompañé a tomar un gintonic en la caja de los hilos, había quedado con el fantasma de los ojos azules. Esa noche actuaba Madame dos rombos, con las copas en la mano y el rostro triste como la chica que salió de la tarta, poco hecha, a estar hecha, Conde-Duque decía que no quería ponerse de luto, que prefiere estar todo el día llenando su cama con todas las ganas que tiene de llenarla con lengua de ternera, con pasteles de crema y con lóbulos de oreja, así es como recordaba a Sergio, su plan de futuro.
Mientras, Madame dos rombos cantaba una canción de Gainsbourg. Ella es el más allá, no hay cerrojos en sus poros.

Caminando por corrientes, por la estación del silencio y junto algun que otro bar, con las uñas pintadas y con un cuerpo dulce y amable, me dí cuenta de que todos los insectos volaban con máscaras, hacían equilibrios en bigotes de roedor, entonces, decidí llamar a Delfín, me dijo que fuéramos con Perico a una alegre fiesta en un claro del bosque.
Con suma facilidad, con resta tranquilidad nos fuimos al bosque ...
De camino al bosque nos encontramos a Jorge y a su ángel-guardia; le pregunté que dónde estábamos, él respondió que donde estamos nosotros nadie puede estar, que a nuestra estancia enmoquetada se pasa sin llamar, de repente encogimos y pilotamos rumbo al bosque perdido de Vicente con las miniaturas que nos dan para viajar.

Una vez allí, nos dimos cuenta que esa noche pinchaba el escarabajo más grande de Europa y que lo pasaríamos mejor que cuando me dí cuenta que era como una vieja atracción que un día sirvió para pasarlo bien. En la barra, Perico hablaba con un señor que quería ser ruso.
Mientras sonaba el charleston de la serpiente, el jefe de las tortugas, cansado de ver el NODO se acercó hasta a mi y me dijo que su cabeza era insustituible, yo le dije que era como una ardilla que no casca ni una nuez.
Me quedé solo y a lo lejos en la casa del fabricante de alas de mariposa había luz. Allí, hacía insectos pendientes para niñas buenas, también fabricaba alas a medida. Jorge interrumpió mi esplendor geométrico, éso sí, con dos tequilas-lima y dijo sobre el fabricante que de ese hombre nunca habrá fotos en las enciclopedias.

Allí conocimos a Lourdes, nos invitó a su casa entre los pinos, nos decía con desdén que le quedaba un minuto para ser sólo labios.
¡¡Vamos!! ¡¡Aún tenemos tiempo de soñar entre mujeres delgadas y hombres incapaces!!
Jorge gritaba, ¡¡queremos conocer donde nos fabrican!!